Es entonces cuando recuerdas ese comentario, o lugar común, según el cual no hace falta profesar un determinado credo para que te comprometas con acciones nobles y te pringues las manos directamente con el que pasa hambre. Mire usted, yo eso me lo creo. De verdad. No lo voy a negar. Pero luego está mi experiencia, y eso no es opinable. Es lo que he mamado. Lo que he vivido. Y lo que he vivido es que la mayoría de gente que conozco que se han involucrado con proyectos de esta índole, haciendo suyo el olor a heces y orina de los desarraigados, compartiendo su tiempo y su dinero, son gente perteneciente o ligada a la Iglesia Católica (dígase Grupo de San Francisco, Hermanas de la Consolación, Hijas de la Caridad o bien grupos independientes pero simpatizantes o vinculados con los anteriores como el Grupo de Misiones de San Francisco, Consolación por el Mundo, Juventudes Marianas Vicencianas, Delwende, Colaboración y Esfuerzo etc..).
Alguno me dirá que quizá yo sólo me muevo en ambientes religiosos y precisamente por eso no conozco otros casos… pero no es así.
De entre los amigos que tengo dedicados a la medicina y que son ateos, conozco a varios (no muchos) que también se han involucrado del mismo modo.
De los amigos y conocidos que tengo (y son muchos) dedicados de lleno a la política y a elaborar discursos sobre los derechos humanos no conozco a ninguno (salvo Manolo y Reyes) que se haya pringado las manos tocando a un pobre más de un mes. Y lo peor de esto es que algunos de estos amigos y conocidos ni siquiera hacen eco, valoran, acompañan o se pronuncian sobre las actividades de amigos suyos (amigos y amigas que a veces se juegan mucho) vinculados a este modo de vida. No sólo no se pronuncian ni lo acompañan cuando se enteran indirectamente sino que tampoco lo hacen cuando se les informa directamente. Y es que una cosa es teorizar acerca de los derechos sociales y otra es estar cerca del pobre. Debe de ser el veneno de las teorías, las elucubraciones y los batiburrillos dicotómicos. Aunque yo creo, estoy seguro, que también es posible que el compadreo elitista de pasillos, viajes, teorías y cafeterías en las instituciones políticas , nacionales y extranacionales, haga de impermeable para todo lo demás. Demasiado nivel para mancharse las manos. Es imposible cambiar el mundo desde un sillón de cuero. De este último grupo de amigos y conocidos, algunos, en ocasiones, se pasean en plan observacional por países donde la miseria aflora allá por donde vayas. No digo que eso sea bueno ni malo. No es una crítica. Sólo digo que yo no sería capaz de ir de turista a un país de esas características y que las veces que he estado en un país así, ha sido para hacer, con mucho esfuerzo, mucho miedo y muchas imperfecciones, precisamente todo lo contrario. Es mi opinión. Y, por ello, no me gusta que se fotografíe la pobreza y que se exponga en posters, adornando paredes, espacios o casas como artículos del National Geographic. La pobreza debe mostrarse cuando se lucha por ella, pero no exponerse como si fuera un paisaje natural. Porque el pobre tiene su dignidad. No es un objeto típico. No es folklore.
Únicamente me siento a gusto con las fotos que yo hice en ese viaje, porque son gente con la que yo he vivido. Y con las fotos de ese tipo que Mercedes tiene en su casa. Porque sé que a esa gente no sólo la ha tocado y acariciado durante muchos años con sus propias manos sino que, aunque sea por un tiempo, y mucho más y mejor que yo, se ha entregado a ellos con todo lo que es y todo lo que tiene. O con las fotos que ha hecho otra gente en esas mismas circunstancias. Porque, aunque lo repita en un post anterior, una cosa es predicar y otra es dar trigo. O mejor todavía, una cosa es dar peces, y otra enseñar a pescar.