jueves, 23 de agosto de 2007

ENTRE LA PENA Y LA ACCIÓN

El mundo está como está. Individualmente, quizá no sea culpa de nadie. Colectivamente, es probable que sea culpa de todos. Entre las manipulaciones y omisiones mediáticas hay sucesos sangrantes e historias desgarradoras que nacen de la lluvia del silencio para despeñarse en el pozo del olvido. Y lo peor es que este silencio, al contrario de lo que se piensa normalmente, no está ocasionado por sutiles maniobras que intentan impedir la salida de dichas noticias a la luz pública, sino, simplemente, por la triste realidad de que no se consideran noticia. No importan. No cuentan.
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Occidente es nuestra cuna. Una cuna que viene arropada no sólo por su historia, su cultura y su bienestar, sino por una idea de filantropía que, amparada en lo políticamente correcto, empapa nuestras mentes, que no nuestros corazones. Es común y generalmente aceptado por la inmensa masa de clase media-alta entre la que nos movemos (gente formada, universitaria, comprometida y sensibilizada con el mundo) que las desgracias ajenas hagan eco y mella en nuestra retina. Sin embargo, es también lugar común que nos dejemos abandonar en el vasto y reconfortante desierto que se extiende entre la pena y la acción. Un desierto de parálisis donde las soluciones a los problemas humanos y mundanos, personales y colectivos, brillan por su ausencia. Un desierto que conmueve nuestras pupilas a la sombra del televisor.
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Sólo algunos salen de ese desierto para proponer soluciones. Para entregar sus bienes, su tiempo y su vida al servicio de otros. Eso ocurre cuando la compasión llega verdaderamente al corazón y no se ve frenada por el patético y cómodo impermeable de las lágrimas de cocodrilo.
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Es muy fácil compadecerse de un niño de ocho años que, ingresado en un hospital, está en peligro de muerte por una simple infección. Algo más poco común es interesarse e informarse acerca de si hay algún tratamiento posible para esa enfermedad. Ya resultaría extraño, a la vista de que ese tratamiento existe, enfrentarse cara a cara con las autoridades médicas para hacer ver que la gravedad del caso es fácilmente salvable. Lo que se torna ya muy poco frecuente o raro de cojones es que esa misma persona, al darse cuenta de que el sistema sanitario no está por la labor, pague de su propio bolsillo el tratamiento para ese niño mientras se vuelca en una campaña de sensibilización (amparada por familia, amigos, compañeros, comunidades...) a través de la cual no sólo consigue el dinero necesario para salvar esa vida, sino gestionar el sobrante del mismo para que se salven muchas más.
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El chaval enfermo se llama Fernando y tiene ocho años. Las autoridades y sistema sanitario que da largas y que arriesga la vida de un niño por un tratamiento de seiscientos y pico euros a lo largo de todo un año son las del Perú. La persona que se ha enfrentado al sistema y ha hecho suyos los problemas de otros es el personaje que pueden ver en la foto. Probablemente habrá muchas personas que, como ella, se involucren desinteresadamente con los desfavorecidos pero, en este caso concreto, le pese a quien le pese, es también, y entre otras cosas, el mensaje de Jesús de Nazaret el que se encuentra detrás de las motivaciones de la chica de la foto. Alguien que lucha por cambiar poco a poco estructuras de injusticia a nivel mundial mientras, al mismo tiempo, se acerca y entrega su vida al caso concreto de personas con nombre y rostro. A la causa de los invisibles. Los que no se reflejan en las cámara de video y, por lo tanto, no salen en las noticias. Los transparentes a las retinas de la comodidad y del bienestar.
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Mientras tanto una gran masa seguimos hablando de política, de lo mal que anda el mundo, de las izquierdas, de las derechas y de la puta que los parió. Y lo hacemos sentados. Sentados cómodamente en un sillón de cuero que, muy confortablemente, hemos instalado en ese acogedor desierto que se extiende entre la pena y la acción.
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El Trovador Errante

miércoles, 8 de agosto de 2007

PEQUEÑO AUTOHOMENAJE:


Pues eso, que este chiquitín cumple hoy 28 tacos. Una fotografía dulce o una melancólica alegoría acerca de cómo desmejora la vida. En cualquier caso, para bien y para mal, hay mucho ganado y vivido... y lo mejor, salvo dos o tres vivencias y personas, sigue siendo lo que está por venir.

Muchas felicidades.

El Trovador Errante

miércoles, 1 de agosto de 2007

ENTONCES...

( Antequera 2007)

Cuando tu risa no apague más cascadas
y tus ojos se pierdan en la noche,
cuando los grillos olviden tu ventana
y no haya más lugar para la fiesta
y el derroche,
cuando te vuelva la espalda el mar
y el silencio reviente tus oídos
y sea tu casa un triste lupanar,
cuando los malvenidos años
maltraten tu caducada piel
y el corazón se aburra de latir,
cuando la vida te escupa a los pies
y no haya una tonada
debajo de la almohada para ti,
entonces y sólo entonces,
tú, te acordarás de mí.
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El Trovador Errante

viernes, 13 de julio de 2007

AVISO: SIGO VIVO

Buen día para todos!
Os escribo un breve comunicado desde mi exilio interior para comentaros que esto seguirá funcionando en breve. El motivo de este parón son los inminentes exámenes de oposiciones que convoca, con su habitual desvergüenza, falta de palabra, impuntualidad y carencia absoluta de profesionalidad, el actual Ministerio de Injusticia y sus hordas de tribunales delegados. En ellos me estoy centrando ahora y no tengo tiempo para casi nada más.
A partir del día 25 de Julio esté humilde blog seguirá floreciendo, más o menos, al ritmo de siempre.
Un saludo a todos, quedando a vuestra disposición:

El Trovador Errante

domingo, 17 de junio de 2007

Y USTED... ¿CON QUÉ POIROT SE QUEDA?

PETER USTINOV

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DAVID SUCHET



ALBERT FINNEY

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Una noche, de hace ya muchos años, pusieron en la televisión Muerte en el Nilo (basada en la novela Poirot en Egipto). Me enganché y me enganché con la trama. Mientras estaba tragándome la peli sin pestañear apareció mi madre y dijo: - Anda, ¿no es ese monsieur Poirot?... me quedé mirándola asombrado - ¿Cómo no me habías hablado antes de este hombre? - le dije . No sabía, por aquel entonces, que estaba ante quien iba a ser uno de mis iconos y personajes favoritos y más queridos de ficción. Al día siguiente caminábamos rumbo a la Librería Urbano (que en paz descanse) para comprarme mi primer libro de Agatha Christie. Yo tan sólo contaba con diez años.
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Ahora, después de casi 20 años, habiéndome leído casi toda la obra de Agatha Christie y dándome cuenta de que no todas las novelas de esta autora tienen la misma valía (pues las hay buenas, flojas y muy flojas), me doy cuenta de que fue un golpe de suerte elegir aquel día la mejor. Pasaron por mi mano Cianuro espumoso, Un cadáver en la biblioteca, Un triste ciprés y otras tantas. Después de un buen rato barajando libros con mi madre, me dio la opción de elegir entre Navidades trágicas y El asesinato de Rogelio Ackroyd. Yo no sabía qué hacer. Lo que si tenía claro es que deseaba que el protagonista fuera monsieur Hércules Poirot. Entonces, como un hado del destino, casi al final de la estantería, leí: Asesinato en el Orient Express. En la portada, junto al citado ferrocarril aparecía una imagen de un intrigante Albert Finney encarnando a monsieur Poirot. Aquella imagen me decidió y, a la larga, he sido consciente de la gran suerte que tuve al elegir, en aquel momento y sin criterio alguno, la mejor novela de Agatha Christie.
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Lo malo de esto es que todos los libros de Agatha Christie que leí posteriormente me parecieron más flojos. Sálvense (más o menos al mismo nivel que Asesinato en el Orient Express) Diez Negritos, El asesinato de Rogelio Ackroyd y alguno que otro más. En cualquier caso acogí a la autora con cariño y fui devorando poco a poco casi toda su obra.
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Miss Marple nunca me acabó de entrar bien. Siempre he preferido al gran detective belga monsieur Hércules Poirot. Atiplado, un perfecto dandy, bajito, cabeza de huevo. Y si hay algo más famoso que sus renombradas células grises es sin duda ese perfecto bigote encerado de puntas retorcidas. Podrá decirse que es su tarjeta de visita.
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Muchos actores han interpretado a monsieur Poirot a lo largo de la historia del cine y la televisión. A mi parecer, David Suchet (protagonista de la célebre serie Hércules Poirot así como de otras tantas películas entre las que, a mi gusto, destaca El misterioso caso de Styles, primera novela de la autora) es el que más se parecería físicamente y en las formas al Poirot original. Peter Ustinov (Muerte en el Nilo, Maldad bajo el Sol... ) es un grandísimo actor (jamás olvidaré su interpretación de Nerón en Quo Vadis) pero, a mi humilde entender, es quizá el que peor encarna el personaje físicamente. Tampoco en las maneras me convence. Demasiado orgulloso quizá para un detective que, como nota general, podría decirse que es humilde a lo largo de la trama y que, únicamente al final, da muestras de saberse y creerse el más inteligente. En cualquier caso, yo me quedo, sin duda alguna, y a pesar de la gran caracterización de David Suchet y la profesionalidad de Ustinov, con la única interpretación que de este personaje realizó Albert Finney en la gran película Asesinato en el Orient Express. Esta genial y perfecta encarnación del personaje en lo físico y en lo personal se eleva, todavía más si cabe, teniendo en cuenta el extraordinario elenco de actores que participaron en la obra (Sean Conery, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset y Anthony Perkins entre otros). Un Albert Finney que no se amilana ante las sublimes interpretaciones del resto de estrellas que conforman el reparto y que eleva de tal manera el nivel que consigue hacer de la suya el centro en torno al cual bailan todas las demás. Soberbio. Perfecto.
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Y usted... ¿con qué Poirot se queda?
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El Trovador Errante

sábado, 16 de junio de 2007

PON UN ANILLO EN TU VIDA

Para qué sirve un rincón del coleccionismo si no es para enseñarlo... pues ahí va. Una visión general de mi humilde colección de El Señor de los Anillos, dentro de la cual, y sin contar los libros en varias ediciones, los de ilustración, las figuras en miniatura, los deuvedés con las versiones extendidas y alguna cosilla más, destacan los siguientes elementos:


- El Libro Rojo de la Frontera del Oeste.

- Andúril, Llama del Oeste, espada de Aragorn, que originariamente, antes de ser forjada de nuevo, fue Narsil, espada de Elendil, que cortó la mano de Sauron.

- Hadhafang, u Hoja de Multitudes, espada de Arwen, que fue de su padre Elrond en la Batalla de Dagorlad y que, se dice, pudo pertenecer a la Princesa Idril de Gondolín, madre de Eärendil, el Marino, padre del propio Elrond.

- Dardo, espada élfica de Bilbo, que luego fue de Frodo.

- Vara de Saruman.

- Colgante de Arwen, Estrella de la Tarde.

- Diadema de Arwen, que fue usada en la ceremonia de coronación del Rey Elessar.

- Yelmo de Guerra del Rey Brujo de Angmar, jefe de los Nazgûl.

- Busto y estatua de Arwen.

- Estatua de Sauron, el Señor Oscuro, el Señor de los Anillos.

El Trovador Errante

viernes, 15 de junio de 2007

LA COMUNIDAD DEL ANILLO: EL PUENTE DE KHAZAD-DÛM

Muchas veces he pensado que me encantaría borrar de mi memoria ciertos libros para tener la oportunidad de volver a leerlos y que me sorprendan con la misma fuerza con que lo hicieron la primera vez. Poco a poco iré exponiendo aquí algunos pasajes de los que más venero. Éste, en concreto, perteneciente a La Comunidad del Anillo, fue para mí desgarrador. La más alta tensión ante el denso, prolongado y artificial silencio de la infinita jornada a través de las minas de Moria. La encerrona, el enfrentamiento y la posterior huída en la Cámara de Mazarbul. Y, como colofón, el pasaje donde la emoción, el miedo, la angustia, la nobleza, el heroísmo, la incertidumbre y la clásica lucha de contrarios alcanzan su máximo apogeo: El enfrentamiento entre Gandalf y el Balrog de Moria en el Puente de Khazad Dûm. Las lágrimas como puños. Los pelos como escarpias. Inmejorable. Inolvidable. Irrepetible.
El Trovador Errante
"¡No puedes pasar! - dijo. Los orcos permanecieron inmóviles, y un silencio de muerte cayó alrededor - ¡Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor! ¡No puedes pasar! ¡El fuego oscuro no te servirá de nada, llama de Udún! ¡Vuelve a la sombra! ¡No puedes pasar!"

J. R. R. Tolkien